Geopatías, zonas geopáticas o alteraciones telúricas

De la Tierra recibimos energías vitales que forman, junto a las energías cósmicas, el marco en el que se desarrolla la vida. La energía que se localiza en la corteza terrestre, proviene de la interacción de diferentes mecanismos energéticos: los inherentes a la propia Tierra (magnéticos, eléctricos, gravitacionales, etc.) y los cósmicos (solar, lunar, planetario, etc. Esta energía global puede intensificarse o debilitarse en determinados puntos o lugares, los cuales consideramos zonas geopáticas.

Las radiaciones naturales habituales en una zona se modifican cuando en el subsuelo concurren distintos elementos, como las corrientes de agua subterránea, fracturas geológicas, bolsas de aire, masas de minerales, cambios en la composición del terreno, etc. Todo ello se conoce como alteraciones telúricas, zonas geopáticas o lugares geopatógenos.

Las alteraciones más frecuentes y más preocupantes son las fallas y las corrientes de agua subterránea. Las fallas son quiebras producidas por la rotura de los estratos y entre estas capas más permeables puede circular agua. Sobre estos lugares podemos encontrar, dependiendo de las características de la perturbación geofísica, no sólo variaciones del campo magnético, sino otras de distinta índole con respecto al ambiente geofísico circundante: variaciones de la electroconductividad del terreno, de los niveles de radiactividad, mayor ionización positiva, condensación de gas radón, modificaciones de la radiación de infrarrojos o de microondas entre otros.

La experiencia y los estudios realizados demuestran que las personas expuestas a estos lugares manifiestan una serie de perturbaciones en sus constantes fisiológicas: alteraciones de la presión sanguínea y del ritmo cardiaco y síntomas como insomnio, malestar general, dolores musculares, reúmas, asmas, vértigos, alergias, cambios de comportamiento (irritabilidad, nerviosismo, apatía, depresión) y otros trastornos o enfermedades que dependen de la intensidad de la alteración y de la capacidad de respuesta del organismo. Progresivamente, se va reduciendo la eficacia del sistema inmunológico y, por tanto, el organismo se sensibiliza al agente geopatógeno.

El organismo reacciona contra la agresión a la que es sometido, liberando o inhibiendo una serie de sustancias bioquímicas endógenas (endorfinas, melatonina, etc). Los largos períodos de tiempo que las personas pasan en un lugar inestable repercuten, no sólo el estado físico, sino también el psíquico, con cambios en las pautas de comportamiento.

Los fetos y bebés son más sensibles a la alteración de la radiación natural; estos últimos manifiestan su rechazo con llantos. Al estar situados en un lugar geofísico inestable, inmediatamente suelen manifestar inquietud y nerviosismo con llantos o estados febriles, síntomas aparentemente injustificados. En contraposición, al ubicarlos en un lugar neutro su recuperación es muy rápida, cuando no inmediata.

 

Contaminación electromagnética

Los grandes avances tecnológicos de los últimos años han comportado un aumento de los campos electromagnéticos, líneas eléctricas, transformadores, antenas de telefonía móvil, emisoras de radio, televisión, radares, etc, que han provocado un nuevo fenómeno, al que muy bien podríamos llamar contaminación electromagnética.

Dependiendo del tiempo de exposición, de la intensidad del foco, de la frecuencia y de la dosis recibida, los efectos de los campos electromagnéticos generan un aumento del riesgo de padecer ciertas enfermedades y una pérdida en la calidad de vida. Los estudios epidemiológicos indican que las manifestaciones más habituales son:

  • insomnio
  • fatiga
  • cambios de comportamiento
  • irritabilidad
  • depresión
  • o, incluso, enfermedades degenerativas como el cáncer y la leucemia.

De ello podemos deducir la importancia de comprobar el medio ambiente electromagnético y los posibles focos emisores incidentes en la zona donde vivimos o donde pensamos vivir.